El artículo nace de experiencias pedagógicas personales antes que de determinados estudios teóricos. El amor a la disciplina enseñada y a los alumnos es el valor agregado necesario a la labor educativa. Debemos superar al Instructor y al Pedagogo y proyectarnos como Educadores que buscan el crecimiento armonioso de la persona del alumno, no únicamente de su intelecto. Esta exigencia es particularmente necesaria en el mundo globalizado, competitivo y pragmático en que vivimos. El curriculum oficial debe facilitar el gusto de los profesores por la educación, a través de una redacción sencilla y clara y de contenidos mínimos y no máximos.