Casa de campo: la novela de José Donoso sobre la dictadura y sobre el escritor escribiendo una novela sobre la dictadura

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Grinor Rojo

Resumen

Con decisión a veces y titubeando en otras, Casa de campo (1978), la novela de José Donoso, ha sido estudiada por varios críticos a partir de una premisa irrebatible: que esta es una novela alegórica, que lo que se cuenta en el primer plano remite a (habla de) otra cosa (del griego “allos”, “otro”, y “agoreuein”, “hablar”). Esa otra cosa es, por supuesto, la dictadura cívico-militar que gobernó nuestro país con la metralleta en la mano a partir del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.


Es curioso, casi cómico a decir verdad, la multitud de subterfugios que utiliza una porción de los críticos de Casa de campo para lidiar con la dimensión político-ideológica de la novela, en concreto con el Golpe de Estado y la dictadura subsiguiente. No pueden desconocer esos críticos que el asunto está ahí y lo mencionan, pero también lo minimizan, engolosinándose con la riqueza del tropo y arrojando sus significados, disimuladamente, en el cesto de los papeles. Por respeto a ellos, me excuso de nombrar personas y dar títulos. Donoso mismo, sin embargo, nos confirma en sus cuadernos íntimos que este es el gran tema de su escritura. Por ejemplo, en una anotación del 19 de noviembre de 1973, donde explica que “el ‘terror al golpe’, con que justifican los burgueses chilenos su propio Golpe, está, en mi novela, simbolizado por el hecho de no llevar a los niños al paseo”. O en esta otra del 19 de febrero de 1974, más contundente: “El pecado mayor de los militares, al fin y al cabo, es su asesinato de una posibilidad de cambio radical en beneficio de una mayoría, de una modernización, de una humanización: asesinó un intento, no una realidad; no son venales, sino idiotas, deformados por su profesión, enamorados del mantenimiento de las jerarquías”. Y una más, del 22 de febrero de 1974, para que no quede ni la sombra de una duda: “El caserío, con las casas colocadas en círculo alrededor de una explanada –aquí los nativos danzaban, corrían, había deportes (redacción)–, es una metáfora para el Estadio Nacional, como centro de detenimiento y de tormento”.

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